Ya te preguntaste: ¿Qué estará pasando en la cabeza de la gente, siempre que víctimas de violencia familiar defienden a su victimario, pudiendo ser su padre, su hermano, su pareja, su hijo, un famoso o hasta un proxeneta? ¿Qué tipo de morbo puede animarnos a calentar el caldo que nos está cocinando, a intentar de nuevo aquello que sabemos que está dedicado al fracaso, a perdonar sabiendo que no habrá consecuencias evolutivas, sino probablemente fatales... cómo llegamos a justificar lo injustificable y a exponer nuestra integridad, nuestra dignidad, nuestro empleo, libertad y hasta nuestra vida para sostener una mentira de vida, que no es menos que un auto-engaño y una monstruosidad sistémica?
Parece inverosímil que uno busque al que le va a explotar, pegar, gritar, humillar frente a todos, o declare su amor al que suele hacerse el santo cuidador frente a los demás, para luego sacar a la luz de velas el demonio al acecho ni bien se cierran las puertas de la oficialidad y emerge la soledad en medio de la sombra.
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